Fue en el año 1939 cuando empecé a escribir. Quizá debiera puntualizar que empecé a escribir para “el público”, ya que en realidad me recuerdo a mí misma escribiendo siempre. A los ocho años escribí una comedia policíaca en tres actos, a los doce, poesías románticas. Mi infancia se desenvolvía en un ambiente literario de calidad, ya que mi padre, además de ser escritor teatral de gran renombre, era presidente de la Sociedad de Autores Españoles. Recuerdo haber visto desde niña, invitados a la mesa familiar, a escritores de tanta fama como Jacinto Benavente, los hermanos Álvarez Quintero y a Blasco Ibáñez, el famoso novelista, autor de Los cuatro jinetes del Apocalipsis.
Perdí a mi padre aún adolescente, y hoy, al cabo de tantos años, solo puedo decir que fue el regalo más maravilloso que la vida me dio, a excepción del de mi madre, que vive conmigo, y a quien adoro.
Cuando pienso en aquella época de mi vida, creo que todo ocurrió demasiado deprisa. A los quince años me enamoré locamente... y en cuanto crecí convenientemente, realicé mis ilusiones, casándome con mi guapo oficial de la Marina de guerra. Un muchacho encantador, que, con tres años de amor, llenó el resto de mi vida de bellos recuerdos. Teníamos poco dinero, pero vivíamos en el ambiente de la gente de la Marina de guerra, que constituye en España una auténtica “élite” social, en un pisito delicioso sobre el Mediterráneo. Como todas las recién casadas yo hacía maravillosos pasteles con los que obsequiaba a los compañeros a la hora del té... La vida era como un delicioso sueño que empezaba todos los días.

Sobrevino la catástrofe con la guerra civil española, y llena de horror me encontré viuda, con veinte años y dos niñas. Entonces tuve que tomar el mando de la nave que quedó abandonada. La tripulación a mis órdenes eran dos marineritas, que entre las dos contaban dieciocho meses... Apenas teníamos dinero y era preciso vivir.
Comencé a escribir novelas cortas para las revistas. Con el primer dinero ganado compramos los zapatos con que dio sus primeros pasos mi hija mayor. En seguida y llena de febril actividad, escribí mi primer libro En poder de Barbazul, que fue admitido por el editor José Zendrera, de Editorial Juventud, y cuya aparición coincidió con el final de la guerra.

Fue preciso readaptarse a la vida y regresar a Madrid, a “casa de mamá”, aquella casa de la cual yo saliera con mi vestido blanco de novia, llena de ilusiones. Pero no había que perder el valor, ni siquiera al encontrar el piso casi en ruinas. Entre todas conseguiríamos volver a ponerlo a flote.
Y fue así, cuando estando subida en lo alto de una escalera, con mi pañuelo sujetándome los cabellos, un pantalón salpicado de pintura y un gran pincel en la mano, con el cual estaba arreglando las paredes de la biblioteca, cuando empezó mi suerte. Llamaron a la puerta. Alguien abrió sin advertirme, y desde lo alto de la escalera contemplé a un señor chiquitín que preguntaba por la escritora Luisa María Linares. Mi situación era algo embarazosa, pero tuve que fingir desenvoltura y bajando de lo alto de mi grandeza, confesar que la escritora era yo, aquel “envoltorio de faena”, con el chorreante pincel en la mano.
El señor pequeñito, era pequeñito de catadura, pero pareció convertirse en un gigante al decir estas palabras: - ¿Usted es la autora del libro En poder de Barbazul? Soy un productor cinematográfico y vengo a adquirir los derechos de su obra para el cine.

Ni aún sé cómo pude sobrevivir a tanta emoción. En aquella época de postguerra, cuando todos los horizontes parecían cerrados, aquella fue una luz deslumbradora. Una luz que parecía nunca acabarse. Apenas vendidos los derechos cinematográficos de En poder de Barbazul para España, fueron pedidos para Italia y Alemania. Publiqué a continuación un nuevo libro: Un marido a precio fijo, que también se adaptó al cine, consiguiendo el primer premio Nacional de Cinematografía del año 1942. Al año siguiente con mi nuevo libro Doce lunas de miel, volví a conseguir este premio. En 1954 la Universal Films Norteamericana, deseando realizar una película en España, eligió entre más de mil libros ofrecidos, mi novela Mi novio el Emperador, que produjo inmediatamente.
Estoy contenta con mi profesión y con mi suerte. Mis hijas han ido creciendo y son mis mejores amigas. Nos queremos tanto que la gente envidia nuestra vida encantadora. Vivimos las tres juntas en un piso muy alegre. Las dos son más altas que yo y me llaman “la pequeñita”. Vivo rodeada de juventud, lo que mantiene mi espíritu alegre.



En la sala, la fotografía de un hombre guapo y también joven en uniforme de Marina preside nuestra vida.
Y yo sigo tejiendo sueños con mi pluma, vertiendo sobre el papel mis sentimientos, mi desbordante imaginación y mi alegría de vivir, teñida a veces de apasionada melancolía.
A veces pienso que con mis treinta y tantos años he hecho ya demasiadas cosas. Y otras veces tengo la impresión de que no he realizado nada y que está todo por realizar.
Luisa María Linares